27/1/08

Encuentro del centro histórico con su ciudad

Cuando en 1957 la ciudad celebró sus cuatro siglos de fundación española, la fisonomía de su traza urbana era prácticamente similar a la de sus orígenes creacionales, con su centralidad política y religiosa en torno a la Plaza Mayor (Parque Calderón), en tanto que las cruces o iglesias de San Blas y San Sebastián señalaban sus límites vecinales al oriente y poniente; la iglesia de San José determinaba los linderos urbanos al Norte; a la vez, por el sur, Todos Santos y El Vado eran las fronteras que separaban el asentamiento urbano con el río Tomebamba y su barranco emblemático. Más allá, estaban el barrio de las herrerías en El Vergel, los ejidales y fincas de frutales, y el barrio de Jamaica (San Roque) hacia el sur occidente.

Es en esta cuenca territorial, que la ciudad crece internamente, se reproduce intramuros, acumulando sus identidades culturales que se remontan a las comunidades cañaris e incas, a los centros urbanos de Guapondélic y Tomebamba, cuyos legados de saberes, cosmovisiones, solidaridades, tradiciones, habilidades y destrezas permanecen en cierta medida, siendo el punto de partida para modelar el mestizaje que se diera luego, con la fundación de Cuenca, cuyo proceso continúa gestando nuevos rostros a la cuencanidad.Hace medio siglo, Cuenca era una pequeña ciudad con alrededor de 45.000 habitantes, con viviendas modestas de uno o dos pisos, fachadas de adobe o ladrillo y tejados rojizos; calles polvorientas unas, empedradas otras y adoquinadas algunas, enclavada “en el mejor asentamiento del mundo”, con sus ríos, barrancos y cerros que la contornean. Sin embargo, su paisaje urbano era monótono, tan solo alterado por las cúpulas de sus templos y campanarios, además por las mansiones aburguesadas, cuyos diseños demuestran la influencia arquitectónica del neoclasicismo francés. Es a los valores tangibles e intangibles, materiales e inmateriales de la vieja ciudad, que adquirió “solera como los vinos buenos”, que la UNESCO le rindió pleitesía al declararla Patrimonio Cultural de la Humanidad, el 1 de diciembre de 1999.

Si bien en 1957 Cuenca se encontraba en un período de transición hacia el nacimiento de la ciudad contemporánea, no es menos cierto que las extendidas transformaciones urbano-arquitectónicas, culturales, económicas, sociales y medioambientales son resultantes de un proceso modernizador que se vive en las últimas cinco décadas (1957-2007). Un simple dato ejemplifica los cambios: la ocupación del suelo para usos urbanos se ha extendido “extramuros”, copando ampliamente la terraza baja hacia el sur del Centro Histórico y, en menor proporción, la terraza alta hacia el norte, albergando una población aproximadamente 7 veces superior, residiendo en una superficie 30 veces mayor a la existente hace medio siglo.
Debemos aprovechar este magno acontecimiento, para convertir al Centro Histórico Patrimonial de Cuenca en un escenario urbano vivo y comunitario, en el que la ciudad cante y encante, pletórica de alegría y colorido, en múltiples encuentros programados de actores culturales con la gente cuencana y los visitantes de diversas latitudes y países, relevando la trascendencia y significados de los espacios públicos.

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